Son días de confraternidad futbolística. La selección peruana es un asunto omnipresente en redes sociales y reuniones; debatimos sobre nuestras posibilidades de ir al Mundial formando un círculo y ya no frente a frente, como dos líneas enemigas, como cuando nos entregamos al vicio de argumentar –usualmente sin argumentos– por qué nuestro equipo es el mejor y más grande. Que el clásico del sábado post Eliminatorias haya registrado solo 16 mil espectadores, la menor asistencia de los cuatro que se han jugado este año, no es casual.
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Nuestra cabeza está en otra cosa. Está en quiénes van a jugar por Carrillo y Cueva en Argentina; en las 1 600 entradas que voluntaria y gentilmente nos han reservado los ches; estamos escandalizados porque el peruano que quiera ir a la Bombonera tendrá que pagar 629 soles; y los que no podemos irnos así nomás, desde ya vamos pensando cómo hacer para no trabajar o estudiar ese día ni el martes 10, que nos jugamos la vida contra Colombia (6:30 pm ambos).
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Queda claro, pues, el poder que puede alcanzar el fútbol, que excede largamente la condición más básica, incluso insultante, que muchos intelectuales aún le dan: la de divertir, entretener y distraer a la gente de los temas importantes. Una condición, sin embargo, que supera mas no abandona, pues en cierta medida mantiene al país unido en medio del contexto político que, coincidentemente, hoy nos divide, después de que el Congreso rechazara la cuestión de confianza que solicitó el primer ministro sobre su gabinete.
Sobran los ejemplos; también las maneras
Si la pelota es capaz de todo esto, ¿por qué canalizar su poder y energía en, por ejemplo, absurdos nacionalismos e irracionales reyertas entre equipos rivales?, ¿por qué no utilizarlo en causas más nobles? Por qué no seguir el ejemplo de México: el fútbol fue un vehículo para ayudar a muchos de los 800 mil damnificados por el terremoto de 8.2 grados del jueves 7 de setiembre.
Ver al jugador de Tigres Javier Aquino trepado en un camión, ayudando a cargar alimentos para su natal Oaxaca –donde se registraron la mayor cantidad de muertes–, suma. Que el América cobre víveres a cambio de entradas para el partido ante Veracruz, que done el 100% de su taquilla del clásico ante Chivas y que duplique las donaciones económicas que recibe en su cuenta bancaria, suma.
Un tuit y unas palabras de aliento serán siempre bienvenidos, pero las iniciativas tangibles y palpables, de jugadores o clubes, son las que se recuerdan y aplauden. Es importante remarcar estas acciones para que se vuelvan ejemplos, como también lo fueron Sergio Ramos durante las inundaciones en el norte del Perú por el Niño Costero; el Delfín SC de Manta, equipo la región más azotada por el terremoto de 2016 en Ecuador; Marcelo Bielsa después del tsunami de Chile y la ONU, que hasta hoy reconstruye Haití con una política basada en el fútbol. Todos estos casos, al detalle en la infografía de arriba.