El sol pega muy duro en la tarde de domingo en Chiclayo. Las nubes con tonalidades oscuras evidencian el desate de otra torrencial lluvia en la ‘Ciudad de la Amistad’. Y ya van seis días seguidos y el fenómeno no tiene cuando acabar. Preocupa, sí. Al mismo tiempo que la pobre situación por la que atraviesan sus dos principales estadios: Elías Aguirre y César Flores de Lambayeque.
Claro, el fútbol también sufre, como se sufre para acceder a las tribunas del Elías Aguirre: con agua empozada acompañada de plásticos por doquier, de la emerge un olor fétido e imposible de soportar por más de un minuto. Eso sí, si no caminas con botas y con mascarilla, te expones a contraer más enfermedades de las que se ha propagado en los últimos días en Chiclayo: fiebres extrañas y hasta infecciones respiratorias.
En cuanto a daños materiales, el recinto deportivo de la ciudad ha sufrido la caída de varios paneles publicitarios, la pista atlética se partió. Al mismo tiempo, las rejillas que separan el campo de la tribuna se han oxidado junto a lo que debería ser la respuesta inmediata del Instituto Peruano del Deporte (IPD) en cuanto a limpieza y organización interna a zonas de acceso al público.
A pesar de la carente situación del estadio, el fútbol no se ha paralizado. El campo sintético no ha sufrido mayores desgastes, producto de las constantes lluvias.
¿Y el estadio César Flores? Los camerinos se han inundado, los baños también, al igual que la banca de suplentes. De hecho, el recudido personal de limpieza no se da abasto para limpiar cada rincón.
Y así nos lo dice el encargado de encargado de limpieza y mantenimiento del estadio, Juan Bonilla, quien desesperadamente aprovecha en pedirle nuevamente al jefe de ecología y medio ambiente de la Municipalidad de Lambayeque, Esteban Sernaqué, la llegada de una motobomba, en favor de salvaguardar la infraestructura del estadio.
Chiclayo necesita un salvavidas.
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